12 de febrero de 2010

Chabi Chic Descompuesto


La señorita K, era una señorita bastante convencional, una mujer muy mujer o quizá una mujer excesivamente femenina, una feminidad inclinada más bien hacia la inmadurez, por eso digo que era bastante convencional. Sus vestidos de primavera rosa, de pequeñas flores estampadas, detalles finos en el cabello y el maquillaje, zapatillas de cenicienta y perfumes dulces y frescos.

La señorita K anhelaba la felicidad, como cualquier tipo de señorita K, creía firmemente en las pequeñas sonrisas, los detalles y los bombones de chocolate. Así, aprendió a hacer bombones, después pasteles y tortas con finas cintas y ornamentos en las pastas o cremas dulces, y hermosas letras que derrochaban felices cumpleaños, bodas, 15 años, aniversarios y todo tipo de “celebraciones”.

Un día, la señorita K conquistó a su hombre ideal con brillos rosas en sus labios, perfumes suaves, uñas perfectas, modales exquisitos, era una muñeca de presentación en las reuniones laborales de su amado. Ni hablar de las inolvidables cenas y onces que la señorita K ofrecía para sus amigos, llenas de delicias culinarias y detalles encantadores. Así la señorita K era todo un exito social, una pastelera reconocida, no daba abasto con los pedidos de tortas y pasteles que le pedían para las “celebraciones”.

Su amado era un hombre atento, responsable, cariñoso, noble, cuidadoso y la señorita K podía manejarlo con su blanco dedo menique, la subía y la bajaba, era su pequeño servidor. El día de su boda la señorita K preparó el mejor pastel de su historia: de tres pisos, con diminutas rosas rosadas comestibles que adornaban la pasta dura , lisa y blanca.

Con los años su marido empezó a enfermar, no podía respirar, se ahogaba con facilidad al hablar, los doctores le dictaminaron pulmonía. La señora K y su marido iban a cumplir diez años de casados, su ambición era preparar un pastel más espectacular que el de su boda. El hombre estaba en cama, incapaz, ahogado y la señora K en la cocina preparaba su pastel con dedicación y excesiva dulzura.

La torta iba a estar lista, a punto y el marido murió. La señorita K, esperó con paciencia sentada en su silla isabelina de tapices floreados y su tejido croché en mano a que la torta estuviera lista, la llevó al cuarto, la partió cuidadosa y perfectamente con un cuchillo brillante y afilado, partió 50 pedazos, sirvió dos, se comió el suyo y el otro lo dejó al lado del cuerpo del marido al que nunca dejó respirar.

La señorita K dejó de hacer tortas. Después de ser una obsesiva del orden y el aseo en su casa, dejó que el polvo se acumulara en los muebles de madera tallados, y cada 6 de Noviembre el pastelero de la esquina le guardaba la más fina torta, por la cual ella pagaba un precio exorbitante, no tanto por su elaboración, mas por su descomposición, y así, la señorita K iba a la pastelería muy arreglada, recogía su torta descompuesta, iba a casa, ponía la mesa con la vajilla antigua, partía la torta en 50 pedazos de los que relucían hongos, mohos y olores, se comía su pedazo y así estaba enferma días y semanas, cada 6 de noviembre el día en que murió su marido.

6 de febrero de 2010

Made in England de Doris Lessing


Estaba claro que quería leer alguna novela de una autora “mujer” contemporánea. Pero no quería leer una autobiografía y menos una de un premio nobel, pero todas las opciones que me daba el vendedor (que en realidad no sabía mucho al respecto) no me resultaban atrayentes, así que me senté con cinco libros en la mesa de lectura de la librería: dos de mujeres y tres de hombres, al final escogí dos y le dije a mi madre “no sé cual llevar, escoge tu uno”.

Lo que me atrapó de este libro fueron sus primeras páginas realmente divertidas y el hecho de que fuera a ser narrado en Londres: una joven escritora nacida en una colonia inglesa africana se embarca con su pequeño hijo a vivir el supuesto “sueño ingles”. Pero como siempre los sueños no resultan tan placenteros como esa palabra “sueño” suele significarlos. Ni la ciudad Londres resulta tan maravillosa, hermosa y atractiva como se suele pensar, muchísimo menos para un inmigrante.

Así que para mi desgracia y la de la autora protagonista real, Londres y sus habitantes de clase media baja en los años 50s resultan tan desagradables y enfermizos como los de, quizá, cualquier parte del mundo: violencia en las familias, mujeres amargadas y apocadas, separaciones, hijos sin sentido, mala educación, estrechez económica, frustración económica, deshonestidad, injusticia social, injusticias de género, corrupción y ladrones de dinero (o “vivos”) por doquier, sumándole una ciudad en postguerra, con casas semidestruídas, grietas, podredumbres, hambre, gente amargada, viejos olvidados, hijos desaparecidos y amantes o amores muertos en la guerra pasada.

Así, este libro resulta entre miserable y divertido, gracias a la capacidad de la autora de hacernos llegar a un punto donde ya no nos sorprendemos de la podrida humanidad sino que nos reímos de ella y la encontramos hasta a veces tan normal y común, pensando “era lo que se esperaba”. Tanto, que en los últimos acontecimientos personales de mi familia extendida por parte de mi madre, el otro día, almorzando juntas, ya no nos sorprendíamos de las insensateces e incoherencias de los tíos, primos y abuelos, sino que nos reíamos del carácter tragicómico de todo lo que les sucedía.

Por lo general he sido yo una chica bastante criticona, juzgona y llena de prejuicios. Pero últimamente lo he dejado un poco, no por el libro, primero fué la actitud y después el libro. Pero Doris Lessing se da garra literalmente, porque en medio de tanto desastre humano ella no chista ni mu, ni un mínima miserable queja, se quejó un par de veces de ella misma, pero no de los demás  que desgracia, ella lo soporta todo, en realidad no debe soportar nada porque no le pasa directamente a ella sino a los que viven en esa casa inglesa en la que le alquilan un cuarto. A mí me sorprende la actitud de Doris siempre tan comprensiva sin ser una idiota a la que se la monten o una consoladora de las desgracias de los demás, ella entiende, no juzga, escucha, sabe cómo mantenerse al margen, sabe cuándo se debe involucrar,  osea casi nunca, nunca una palabra de crítica ni de queja para con ellos: una familia absurdamente disfuncional, una mujer que se mete con los tipos menos indicados como por variar y un estafador.

Quizás este libro sea como una patada en la cara para mí: siempre tan juzgona y criticona. Mi madre, que escogió el libro y no tiene idea de que trata,  que días me decía “es que uno debe ser amable con la gente”, pues yo pienso, si, uno debe ser amable con la gente si ellos no son antipáticos contigo, pero ser amable no significa ser lambón, ni significa dar MAS de la cuenta en cuanto al buen trato, solo es cuestión de tratar bien a la gente, no juzgar, no criticar y mantenerse al margen, no dar consejos pendejos de lo que deberían o no hacer y si ellos hablan de sus cosas personales, escuchar no más.

En fin, casi boto el libro a las primeras cien páginas, pero después lo retomé y me resultó en medio de su miseria e ironía, pacifico, tranquilo, llevadero, agradable, suave, desestresante, ameno, y al final resultó siendo una pequeña lección de vida. En realidad también lo seguí por mi curiosidad de saber como hace una mujer joven, con un hijo y sin casi dinero, con aspiraciones a ser escritora para arreglárselas en una ciudad tan hostil en la postguerra. Y creo que en definitiva luchar no significa esfuerzos descomunales de inteligencia, trabajo y sufrimiento, quizá luchar solo sea cuestión de tenerse paciencia a uno mismo y a los otros, quererse lo suficiente para hacerse respetar y respetar a los otros. Pero en una cosa no me he equivocado: el que quiere lograr los sueños más personales y pasionales debe ser disciplinado y nunca, pero nunca, pero nunca jamás dejar de creer en lo que se quiere así todos te digan que no vas a lograr nada con ello, así fue Doris Lessing.