Ayer fui a la casa de Jorge Eliecer Gaitán, y fue toda una experiencia para mí. He de decir que me siento como una despatriada voluntaria o como una indiferente de la propia patria y su historia, sea como sea su historia, aburridísima u horrorífica.
Este interés por la historia de un país propio se le deberé a alguien, mas no a mí misma y aprovecho para darle mi agradecimiento. Alguien a quien le gustan los objetos viejos, las casas viejas y la arquitectura vieja y por supuesto la historia. Y yo no soy, no soy de esas personas, no quiero tener objetos viejos, aunque la estetica lo antiguo me parezca hermosisima y me guste mucho, prefiero fotografiarlo no más, pero que no tenga nada que ver conmigo. Y no se hasta que punto eso este bien o mal, ser tan desarraigado de la propia historia y de la historia del propio país de paso. Y bueno hay pasados que duelen demasiado y lo único que uno quiere es destruirlos, y cuando el pasado se convierte en una figura tan desagradable, también te vuelves indiferente a otra clase de pasados (una colombianada muy picha esta la mía), habrá que empezar arelacionarse con el pasado de una forma no destructiva.
Pero a mí, ir a esa casa, me dio una melancolía extraña, que solo asimilé a la hora dormir y que no me dejó dormir muy bien. Se me venían a la cabeza una y otra vez las imágenes de ese cuarto matrimonial azul, oscuro y antiguo, y las del pequeño cuarto rosado lleno de muñecas antiguas y un olor a viejo apestante. Cuando salí de la casa no pude saber exactamente cuál era el sentimiento que se respiraba en ella, pero No era ese sentimiento que he percibido en otras casas antiguas de Teusaquillo vacías y abandonadas. Esa casa era como si algo hermoso y grande se hubiese quedado detenido en el tiempo para pudrirse, como cuando uno tiene un pan delicioso para comerse y alguien llega te corta un pedazo de un tacazo y te dice ese otro pedazo delicioso de pan No te lo comerás, ese otro pedazo se quedara ahí para pudrirse en el tiempo.
Y anoche sentía miedo, pero no miedo de una casa antigua, sentía un miedo personal, el miedo de la frustración, el miedo de que me quiten algo, el miedo de que de pronto me quede sin mis anhelos, sin mis sueños, sin mis seres amados, y el miedo e quedarme estancada por una perdida.
Y no tengo idea de si alguien de esa familia se quedó estancado, pero en ese cuarto matrimonial hermoso y olvidado, oscuro no se si por el tiempo o por la luz, fino y en decadencia, se respira pura frustración y ganas de olvidar, y en el cuarto rosado de una niña de diez años, se respira un “no entendimiento”, un orden estricto y la esperanza confusa y envenenada de no sé qué.
En esa casa hubo gloria, hubo altísimas ilusiones, hubo felicidad en medio de la dificultad de las grandes ambiciones, pero de pronto sin saberlo todo fue cortado con un cuchillo muy afilado para desangrarse en el tiempo, y de la belleza, y de la ilusión, y de los sueños, solo quedan cosas que se pudren con el tiempo. Una gran castración, una gran castración, en el país donde se castran los deseos.
Creo que me llevé de esa casa el miedo a la frustración repentina. Y no es solo melancolía lo que se siente, se siente mucha tristeza y No por Jorge Eliecer Gaitán (en su estudio solo se respira un pasado trabajado arduamente y descontinuado), se siente tristeza por lo que pudo haber sido de esa familia y esa casa, de su esposa y su hija, que pueden ser la representación de lo que hubiera podido ser de esta sociedad que se va pudriendo cada día mas.
Fotos no tomé porque no dejaban y si pudiera no sé si lo haría y aunque no quiera la verdad, quizá sea una buena forma de empezar a relacionarme no destructivamente, ni temerosamente con el pasado por más doloroso que sea este.
Y no se los demás, pero cuando se trata de sentir cosas en casas antiguas yo me mando una alta sensibilidad, para eso y muchas otras cosas mas, y no me la voy a negar, mi sensibilidad a veces exaservada, la uso para este tipo de cosas tambien.
23 de enero de 2010
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