26 de septiembre de 2011

Los enamoramientos - Javier Marías


Uno podría arruinarle la vida a alguien contando, hablando, denunciando, diciendo lo que nunca se ha dicho, haciéndose valer uno de la supuesta justicia, y siempre tiene uno la opción de callarse, de no hablar, de dejar que los recuerdos se atenúen, se disipen, se calmen. No sé que hace que uno tome una decisión u otra, en el libro el enamoramiento, en el resto de los casos: el miedo, el miedo a que hablar traiga más desgracias, o traiga mas mentiras, o traiga mas verdades.

Pero para mí siempre fue mejor hablar, exponer, denunciar, develar, sacar a la luz. Los secretos me apabullan, me atormentan, me perturban. Y sin embargo siguen habiendo situaciones en que uno no sabe si callarse o hablar, hay situaciones en que uno dice “que tengo que ver yo ahí, que me atañe, que va conmigo”. Y así uno los deja pasar, o se aleja de los implicados, o de pronto sin entenderlo ya no le interesa, ya lo suelta y deja uno de arrastrarse por la oscuridad no dicha, por lo que quedó enterrado, indefinido. De pronto los muertos lo arrastren  a uno un poco no porque ellos quieran que uno pertenezca a su mundo, sino porque ellos se llevan lo que uno no solucionó, y quizá solo te dejen en paz el día que soluciones eso, que lo dejes, o lo aclares o lo confrontes. Los muertos pesan, y pesa la conciencia que hicieron en uno, y esa conciencia crece inmensurablemente cuando ya no existen, como si ese hubiera sido su legado, su forma de permanecer en vida. Claramente todo se supera, con paciencia, con tiempo y con empeño: la muerte, los abandonos, los enamoramientos no correspondidos, se superan los recuerdos, la memoria, el pasado, con tiempo y paciencia y empeño. Un día ya no hacen parte de tu vida, no vuelven con constancia, no te perturban. A veces aparecen sus rastros, sus vestigios, como fantasmas asustadores, como restos de un mueso olvidado al que nadie va, y en eso se convierte la existencia, la experiencia, lo que uno va dejando a tras.

O quizá a veces sea uno una maldita flor de lis estampada en la piel que siempre va a recordar el delito, la mancha, el crimen. Pero qué es perturbar el universo hablando? si uno mismo u otros ya están perturbados por No hablar? La perturbación viene en cualquier caso, de eso no hay duda, en el caso de que se hable o calle, la desgracia siempre va a venir en cualquier caso y yo he visto esas desgracias, las desgracias causadas por el silencio, las he visto con mis ojos y he asistido a sus malditos entierros. No es la rabia, el deseo de justicia, la venganza, el resentimiento, o el temor lo que lo hacen a uno hablar, es solo esa carga, ese peso, esa densidad que abruma y que invade el silencio, los secretos, es no soportar ese saber, eso que se queda adentro y se pudre y corroe y corroe y daña por dentro.

No sé a que va aquí los enamoramientos, Javier Marías siempre es lo mismo, en un libro u otro, en un titulo u otro, es eso de contar de narrar de lo que trae, de lo que no se debería contar, de la muerte, de lo que uno ve o no ve, pero sobretodo de lo que ve, del crimen, de hablar o callar, de los secretos, de las historias no contadas. Poco me importan los enamoramientos ahora, o quizá sea por el mismo enamoramiento que uno podría hablar en vez de callarse como en el caso del libro, quizá sea por enamoramiento que uno arrastra al otro a la verdad, que lo empuja, y lo disuade y lo perturba, quizá de la forma en que uno cree que ya no va a estar más perturbado, pero vaya uno a saber, vaya uno  a saber si en verdad saber y hablar traen la paz, y la tranquilidad o si lo arruinan todo.

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