Ya sé cómo se va a acabar ese libro, el del viajero del siglo, el viejo se va a morir, sino, alguien. Y me lo imagino, me imagino la escena del cementerio en invierno, con la gente y sus vestidos negros antiguos y el silencio, y me imagino también la muerte de mi abuelo. La diferencia es que en el libro todos van a estar tristes y callados con una lágrima sencilla, y será una tristeza genuina. En cambio en la muerte de mi abuelo habrá uno que otro insatisfecho, culpable, con remordimiento. Uno no quiere que se muera nadie, así sean viejos, menos si son viejos sabios y humildes.
Cuando un viejo sabio y humilde se muere uno siente una especie de tristeza egoísta por todo aquello que ya no nos dirá mas, por todas las sonrisas simples que ya no veremos, por la compañía silenciosa y complaciente que ya no tendremos, por esa comprensión llena de paciencia que ya no recibiremos. Ellos se llevan todo, la sabiduría, la paciencia, la comprensión, el cariño que la gente joven necesita y tantos años de vida. Entre los jóvenes y los viejos hay una brecha que es la que hace que se puedan comunicar con mas libertad, no separar como uno pensaría, hay un tramo de años que es el que los une sin prejuicios, sin juzgamientos, libre. En cambio entre los jóvenes y los adultos (por llamarlo de alguna forma) no existe esa camaradería, esa comprensión, ese silencio tranquilo.
Pero los viejos se van y se van mas pronto de lo que uno quisiera. Y la muerte junto a ellos es digamos uno de los primeros vislumbrarmientos de eso que se ve tan lejano, y uno empieza a temerle un poco a la muerte cuando ellos ya la reciben con alegría, pero es necesario ver morir a la gente para entender un poco más del tiempo y de vivir.
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